jueves, 16 de agosto de 2007

HOY HE VISTO EL AMOR ( Rimbaud 16.Agosto.2007)

Como si fuera una sencilla fechoría que trama un inquieto niño, lo he visto, os lo juro que, astuto, ha desvelado una sola mirada, a través de la venda sedosa con que cubre sus ojos, el diosecillo que aventura destinos sin querer conocer los resultados del azar.

Estaba, oculto tras una negra farola, utilizándola como disfraz; tensando, sigiloso, un fino arco fibroso, trenzado con emociones, cubriendo su desnudez, portando a su espalda un nutrido carcaj, aprestándose a lanzar sus flechas sobre una pareja en relaciones.

Dándose cuenta de mi presencia, me ha hecho un guiño confiado. Ha acertado con dos dardos a las accesibles figuras de la pareja. Charlaban solamente pero, al sentir sus cuerpos ensartados, han comenzado a besarse, en una guerra de amor que comenzaba.

Y, sin desviar ni un momento de sus ojos el ardor de sus miradas, no han dado tregua ni reposo a la ambición ansiosa de sus bocas enredándose en un intercambio de caricias húmedas y dedicadas; un sin fin de arrumacos, que aproximaban sus almas como locas.

Ha sido un veneno de amor, rápidamente expandido por sus entes, que les ha hecho apartar a un lado sus quizá obligados menesteres, cosas que hacen los hombres de pretenciosos negocios importantes; cosas que hacen en sus costumbres, laborales o caseras, las mujeres.

No quiero decir que el mundo se haya detenido para observarles, creo que el secreto de su ávido amor, solo a mí me han reservado, nadie más, de todos los que circulaban, se ha parado a mirarles. Yo, por supuesto, he custodiado el secreto por Cupido confiado.

Para mí, que el suceso ha llegado a durar cuanto lo necesario alcanza, en lo que he permanecido quieto, casi distraído, evitando molestarles, sin dar ni un paso que me llevara a invadir el recinto de su confianza, ni atreverme a hacer expresión alguna que pudiera llegar a disturbarles.

Quizá el don de la mixtura del amor sea de natural fugaz: una llamarada; pero, durante tiempo indefinible, se han mantenido juntos por las manos, y, cuando estas se han desunido, han continuado unidos por sus miradas, ya que, con sonrisas, mantenían la conciencia de sus cuerpos enlazados.

Al fin, tal vez adivinando que nunca llegarían a lograr a ser en su sed saciados, o porque, en algún momento hayan percibido otra situación, han determinado desanudar el prieto engarce de sus brazos enmadejados, cesando el empuje, para forzar un límite a la brusca intimidad de su pelea.

Al reemprender ambos su camino en direcciones opuestas, alejándose, los rostros de ambos se han iluminado con una risa íntima, amplia y ensoñada. Una y otra vez, se volvían los dos sin cesar en su alegría, para no dejar de mirarse, confirmando el hecho de que el tiempo y la distancia no significan nada.

He observado mi reloj para calcular si pudiera llegar a casa a la hora en la que esperaba recibir una llamada, dado el tiempo consumido. Me he dado cuenta, no sin gran sorpresa, la inexistencia de demora; las agujas, tan presurosas, se habían parado en su circular recorrido.

Por lo que he visto, existen situaciones todavía inexplicables: que yo haya tenido estas visiones y que el tiempo no hubiera transcurrido puede ser que sea fruto de mi imaginación: un simple cruce de cables.Pero afirmaría, si me queréis creer, que esto ha sido cosa de Cupido.

Ese diosecillo mitológico, con cara de niño caprichoso y travieso, que templa furias y humores tornando entes vulgares en sutiles bardos, que hace brotar pasiones intensas en quien se someta dulcemente al tibio beso, víctima de la rara cualidad de los filtros de amor en que empapa sus dardos.

En el lugar donde reflejo la experiencia de uno de mis días, me doy cuenta, al tratar de contar sencillamente esto que revelo, y como tengo observado en muchísimas ocasiones, os confirmaría que, tras engendrar tan sutil efecto, se esfuma, sin dejar rastro, el tunante arquero.

Rimbaud

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