miércoles, 20 de febrero de 2008

CARAMELO SALINO (Rimbaud - Febrero 2008)


Chupé tus labios, sediento de azúcar y luna;
la sal me devolvió los sabores grises del mar;
mi lengua se perdió en recovecos de espuma
y las arenas quedaron embebidas de bruma,
mientras iniciábamos nuestra danza de amor.

Tenue fue el contacto con tu piel nacarina,
encendida la mirada que observó tu bailar,
oscilando en el aire en flotante serpentina,
apresado en tus brazos, furtiva danzarina,
arrebatado, cautivo del deseo y de tu calor.

De lejos llegó el sonido oscuro de tu voz divina,
y el rumor apretado de las olas en brutal roar,
sonora llamada de sirena, con canto de bocina,
rasgando nieblas saturadas de húmeda calima,
ocluyendo en un negro cielo las luces del albor.

Tendida, sobre un húmedo lecho de algas finas,
te hice mía, sin que pudieras negarte a mi gozar.
Y dentro de tu cuerpo, mi brillante aguamarina,
entregué la razón de mi deseo, dulce concubina,
con el excitado gritar animal de un rudo clamor.

Ahora, alejados por tantas millas de agua salina,
no me queda otro remedio que intentarte soñar,
Mis recuerdos son hoy blanca y suave muselina;
velos tenues en arrebujes de tela sedosa y fina,
como suspiros sembrados en rastrojos de dolor.

Rimbaud

miércoles, 13 de febrero de 2008

ESPIRITU DE NAVIDAD (Rimbaud - Enero 2008)

Dudo
que podamos recuperar, al próximo futuro,
con plenitud,
el perdido espíritu sencillo de una Navidad
que celebrar.

Especulo,
sobre la falta de profundo sentimiento,
y auguro
que jamás volveré a sentir un contento
duradero.

Es navidad,
y nos deseamos una gélida e imposible felicidad,
rutinarios,
cuando pensamos hacer un ejercicio de caridad
solo por saludar.

Mujeres sentadas,
en el regazo pudoroso, recogidas,
portan
mazos de rojas pascuas floridas,
en un florero.

Madres,
llevando, cuidadosas, sus abultados vientres,
cultivan
la fértil semilla de unas vidas incipientes
que alumbrar.

No hay señal
de que aparezca, por el oriente, la estrella
y el ángel,
que anunciaban el signo de la paz bella;
y desespero.

Aún pienso,
aunque no recuerde cuando tuve oportunidad
de cantar
aquellos simples villancicos de alguna Navidad,
sin llorar.

Moviendo
rebaños de ovejas, los pastores pernoctaban
la Noche Buena.
Recuerdo los días en que, velando, aún soñaba
con ser aventurero.

Los cristales,
rodeados de musgo, eran claros manantiales,
de agua fingida.
En cuadras de madera y barro, los animales
calentaban el hogar.

Sabios,
que la tradición calificaba como adivinos,
o magos,
recorrían el aserrín arenoso de los caminos
con paso austero.

Veo que,
como siempre, los inocentes y sencillos,
pasaran apuros
al ver qué prestos se afilan los cuchillos
de degollar.

Alambres
retorcidos aprisionan las conciencias.
Y los verdugos
darán muerte cruel a la inocencia,
por dinero.

Camellos
que no arrastran carros llenos de turrón.
Tanquetas,
llevando enfilado el negro gris del cañón
de arrasar.

Mirad hoy:
entre las brumas polvorientas del desierto,
cómo surge
el pálido oasis, convertido en helipuerto
artillero.

Casi mudo,
el silbido asesino de las metrallas;
abrirá claroscuros
de cal agujereada, en las murallas
de ejecutar.

Aventuro,
que resonará la zambomba seca del metal
duro,
y el fragor vibrátil del cruel estallido letal
y artificiero.

¡Qué vergüenza!
que se confunda la razón con el discurso vano;
o el honor y la gloria
con conducir hacia la muerte a tanto humano,
sin pensar.

¡Perjuros!
Habláis de la paz como vil canalla
entre promesas
de esperanza tejida con gruesa malla
de acero.

¡Figurones!
creados por quienes quieren recrear Reyes y Pajes
falsos,
cubriendo cabezas y heridas, con vendajes
para curar.

Lunas y Cruces
curvas, con líneas de espada enrojecida.
Y sobre azul,
estrellas blancas de la autoridad ejercida
como maestro armero.

Las bengalas
y las balas trazadoras, que se disparan a cientos
iluminando el cielo
de las "mil y una noches", hechizadas de cuentos
por inventar.

Blancos
hogares de cal, con esencias de mirra y oro
ennegrecen,
abrasados por el fuego imparable, sus tesoros
de zafiro y luceros.

¿Quién es
el que quita a los niños el arma inocua de su sonrisa
desnuda,
para entregarles un fusil y la triste uniforme camisa
de guerrear?

Aquellas
voces limpias que recitaban cantares entonados,
se quiebran
en sus jóvenes gargantas de buitres, descarnados
y rapaceros.

Dolientes,
aún existen cantores revelando el misterio
de la suerte,
celebrando tener la triste paz de un cementerio
como pudridero.

Queremos vivir...
No intenten resolver la vida con la muerte.
Admitiendo
que la existencia es lo contrario de lo inerte,
dejen a los vivos gozar.

Rimbaud