lunes, 16 de abril de 2007

A TU MEMORIA, YOLANDA (Rimbaud)



Pájaro de amor, tan bien querido.
Hoy, para volar lejos, has decidido
huir de la ilusoria vida y la quimera,
mezclando con el aire, en revolera,
aventada ceniza de tierra lejana y austera,
nutrida del frescor de las lluvias primeras.

Con tristeza impenetrable, yo te miro
en un retrato antiguo, al azar elegido,
en que tu lánguida melena oscura,
ondea en aire cuyo aroma perdura.
Eran días de sol pleno y compartida dulzura
cuando, tal vez, confluimos en la andadura.

Oscuro perfil, misterio incierto,
horizonte sutil, lineal y yerto.
Mar calmado en su bravura;
húmedo tejido de líquida tersura.
Adornado vestido nupcial de sedosa perladura,
lucías, el día de tu boda, la impoluta vestidura.

Añoro no haber valorado el suspiro
íntimo de tu pensamiento, intuido.
Solo recuerdo, quizás, una lectura
formal, compartida con premura,
sin llegar a saber de tus ansias de aventura,
ni el soñado proyecto de vuestra vida futura.

Gimiendo, en sereno desconcierto,
ruge la voz del titán en su desierto.
En secretas e ignotas hendiduras,
oculta tu humano consorte su locura.
Enjuga su llanto, desgarrándose en ternura,
aquel marchito sudario de desnuda blancura.

Sobre la superficie del pedregal vivo,
trota, nervioso, tu viejo potro dolido,
al ritmo de “Marengo” y su andadura
larga, de tranco firme y, su apostura,
da más donaire a su delgada y esbelta figura,
tensando recio las riendas de la cabalgadura.

De lo que queda, de todo lo sentido;
del placer y del dolor, de lo perdido;
de tu suave y oscura piel de morera,
abrigada con suave y lacia cabellera,
no le es posible olvidar la desmayada entrega,
que fundio al fuego de aquella pasión primera.

No memoremos lo ya sufrido;
que cauterice el corazón herido
por esa maldad tan testaruda.
Has puesto fin a tu andadura
con la frente alta y la visión límpida y pura,
observando la traza ilimitada de la llanura.

Del ardor emocional y enfebrecido,
la querencia de vivir te ha concedido
la simiente frutal en que prosperan
tres vidas, nacida belleza: criaturas.
A su tiempo, renovarán tu nombre y tu figura
cada nueva, suave, florida y dulce primavera.

Rimbaud

domingo, 15 de abril de 2007

LA OTRA ISLA (Alejandra)


Pienso que todo el mundo posee una ilusión a la que aferrarse, cuando no hay otra salida que vivir de ilusiones. Todos y cada uno de nosotros (aunque muchos, o algunos, no quieran, o no queramos reconocerlo), mantenemos virgen esa parcelita de nuestro espíritu que sigue temblando ante la posibilidad de hacer realidad un sueño. Creo que nadie podría vivir sin esa parcela. El ser humano necesita algo a lo que aferrarse en caso de naufragio; algo que le mantenga con vida en el caso de que nada en esta vida real le ayude a oxigenar su corazón.

Siempre he pensado que una de las cosas más bonitas que te puede pasar en la vida es encontrar a tu alma gemela... y enamorarte, (romántica que es una). No tiene por qué ser igual que tú, ni pensar como tú, ni tan siquiera ser de tu misma edad. Tu alma gemela puede ser una persona que posea muchas cosas de las que tú careces, al igual que tú puedes transmitirle algo que ella no posea. Supongo que mi creencia en esto se debe a que siempre he tenido miedo a la soledad impuesta.

Soy una persona bastante solitaria; me gusta estar tranquila, inmersa en mis pensamientos. No me gusta el bullicio de la gente, o estar siempre en medio de la multitud. Muchas veces, es esa soledad la que nos hace más personas. Cada cual tiene su espacio vital. Hay quien hace más uso de éste, y hay quien lo tiene olvidado pero, al fin y al cabo, el ser humano, como animal que es, necesita su parcela de serenidad y calma, en la que se sienta seguro.

Pienso que cada día hay más gente que se siente sola; que su espacio se ha reducido de tal forma que le ha llevado a sentir que no hay nada más allá; que piensa que si sale de su mundo va a encontrar la misma soledad y tristeza que encuentra en su propia burbuja, sin darse cuenta de que la mayoría de las personas sienten lo mismo, piensan lo mismo y que, incluso, tienen más miedo que uno mismo a enfrentarse a esa otra realidad.

Casi todos formamos parte de un mundo en el que hay pequeñas islas personales de las que nos empeñamos en no salir, por seguridad... pero que, finalmente, no hacen otra cosa que matarnos de soledad; mientras que algunos valientes se tiran al agua para ver si son capaces de encontrar otra isla, otro destino, diferente del que se ven obligados a vivir... Y es entonces cuando se podría encontrar otra isla, otro mundo, otras personas: (una o muchas personas), que podrían salvarlas y, a su vez, ser salvadas de su ”soledad”.


Alejandra.

miércoles, 4 de abril de 2007

LA MANO (Estell)


Mano delicada,

mano tibia,

mano que empuña,

mano que mata,

mano que sana,

mano que arropa,

mano que amasa,

mano que crea,

mano que pide,

mano entregada al juego

de las mil caricias,

mano que ama,

toma mi mano y,

juntas, vayamos ...



Estell

martes, 3 de abril de 2007

LA OTRA ORILLA



En Galicia, entre el terciopelo gris de una mañana neblinosa, tomé estas dos imágenes en secuencia accidental y que luego, al visualizarlas para mi libro de viajes y recuerdos, me han hecho pensar en la borrosa perspectiva de esa otra orilla de la que hablaba el poeta y emperador: Claudio; cuando intuía el perfil, y presumible límite, de su existencia.

En la primera imagen, tres siluetas atléticas cruzaban ante mi mirada indolente, impulsándose con esfuerzo y dejando atrás trazos ondulantes y efímeros sobre las aguas.

Pocos instantes después, desaparecieron de mi vista, al cruzar bajo los arcos del puente que une O´Grove con la isla de A´ Toxa. Al otro lado, vislumbraba el sencillo, tradicional y renombrado pueblecito de Cambados, donde limitan las orillas de esta amplia Ria gallega.


Por encima de los altos eucaliptos, con breves destellos, comenzaba a brillar un tímido sol, desgarrando poquito a poco la perlada densidad de la mañana.

El agua se curó prontamente de los leves rasguños causados por las afiladas proas de las navecillas y el rítmico hender de las agudas palas de los remos en su fluida y brillante tersura, con tonos de mercurio y plata.

El descenso de la marea puso al descubierto los reglamentados límites y cotas para los mariscadores; que asemejaban esa frontera inmediata, y esperanzadamente previsible, hasta la cual nos atrevemos a depositar nuestra confiado vivir.

Más allá, al otro lado del estuario, entre persistentes velos, dudas y sombras, flotaban vapores de humedad sobre las casas de piedra granítica, orilladas y silentes, arropando los intuidos perfiles de algunos barquichuelos perezosos.

Mi mente, siempre más vagabunda que mi cuerpo, continuó rumiando los nostálgicos versos del caduco poeta y emperador, escritos especulativamente mientras trataba de indagar lo que le podría depararle el destino, más allá de la opaca y nebulosa perspectiva de su propio rio vital.

Rimbaud