sábado, 3 de noviembre de 2007

NOCHES CLARAS, NOCHES OSCURAS


Algunas veces las noches son oscuras y otras veces son claras,  aunque esto parezca obvio por la claridad de la luna o la cantidad de nubes que cubran el cielo, no es a eso a lo que me refiero, independientemente de la fase de la luna o de la cantidad de nubes que cubran el cielo, las noches pueden ser claras u oscuras. Llamo noche clara a esas noches en las que parece ir bien todo, quizá una buena compañía, tal vez una cena agradable o simplemente una conversación reposada mientras degustamos un buen té o una copa de Armagnac. Aroma a café recién hecho e incluso un tenue olor a tabaco de pipa, cada uno puede imaginar el momento y la situación que da lugar a ese estado de perfección, instantánea en el espacio corto de una noche lenta. Noche de verano, tumbado sobre la hamaca contemplando un cielo estrellado de luceros que nos guiñan sus luces lejanas, posiblemente una música suave que llena el ambiente con melodías de antiguos recuerdos. Una mano que nos acerca el azúcar, mientras sus labios sonríen al son de un baile cadencioso apenas insinuado en la mirada viva y alegre de algún acompañante. Ese tiempo nocturno en el que nos gustaría quedarnos un par de siglos, pero que conscientes de su efímera existencia bebemos con ansia, saboreando hasta su última gota. Eso es lo que llamo una noche clara, amigos, conversación, cascada de ideas saltarinas entre risas y temas serios, intranscendencia del tiempo, lo que cuenta no es la línea sino el flahs instantáneo, el recuerdo de otros momentos mientras creamos nuevos recuerdos, el debate de visiones que aunque sean diferentes, siempre son armónicas porque lo que importan son las personas, arte, literatura, música, la compra del día, el fútbol, el trabajo, filosofía en zapatillas o los secretos de la vida, todo cabe en una noche clara y cada tema cada minuto ilumina más y más. También aunque sea una noche de invierno, sin estrellas que contemplar, sustituimos su luz por la llama de un buen fuego, o tal vez por las luces parpadeantes de unas velas y miramos hipnotizados la llama que se retuerce con la misma intensidad que aportamos calor al momento. Nada inquieta, sabemos que son las horas de dejar esas historias, que pasada la noche volverán a rondar en la cabeza.

Luego están las noches oscuras, horas largas nocturnas que flagelan nuestro pensamiento, horas amargas cual hiel, que no podemos tragar ni siquiera con el café endulzado, en esas noches el alma no flota, se arrastra pesada sobre las sombras que invaden el lugar de nuestro existir. Soledad, tristeza, abandono, olvido, preocupación, se abre un vacío redondo donde caer sin poder asirnos a sus márgenes. Las ideas nos rondan como carceleros de nuestro propio cerebro, golpean las meninges y hacen crecer un dolor sordo que partiendo del estómago se asienta en la cabeza, si pretendemos refugiarnos en el sueño, éste esquivo, huye de nuestro lado dejándonos a merced e una realidad que no queremos, pero que sufrimos en contra de nuestros deseos. Las horas pasan lentas y el rítmico golpeteo del reloj retumba en nuestra mente inquieta, nerviosa y cansada. Algunas veces deambulamos por la casa sin rumbo fijo de habitación en habitación y otras dejamos la mirada perdida en un horizonte inexistente, mientras nuestro cuerpo permanece anestesiado a todo lo que le rodea. Noches oscuras, largo camino entre el crepúsculo y el alba que necesariamente recorremos solos. El pensamiento de que al final volverá a salir el sol, es nuestra única esperanza, a la que nos agarramos como a una tabla en un naufragio.

Noches claras y noches oscuras, todos tenemos esas noches, aunque solo quisiéramos tener las primeras. Hay un tipo de noche más son las noches de amor, estas no son claras, ni oscuras, son noches especiales que traspasan el límite de lo puramente terrenal, porque pasearse por las horas mágicas donde dos almas caminan juntas es otra historia y por tanto requiere de otro cuento...  tal vez mañana hable de ello.

potroviejo