martes, 3 de abril de 2007

LA OTRA ORILLA



En Galicia, entre el terciopelo gris de una mañana neblinosa, tomé estas dos imágenes en secuencia accidental y que luego, al visualizarlas para mi libro de viajes y recuerdos, me han hecho pensar en la borrosa perspectiva de esa otra orilla de la que hablaba el poeta y emperador: Claudio; cuando intuía el perfil, y presumible límite, de su existencia.

En la primera imagen, tres siluetas atléticas cruzaban ante mi mirada indolente, impulsándose con esfuerzo y dejando atrás trazos ondulantes y efímeros sobre las aguas.

Pocos instantes después, desaparecieron de mi vista, al cruzar bajo los arcos del puente que une O´Grove con la isla de A´ Toxa. Al otro lado, vislumbraba el sencillo, tradicional y renombrado pueblecito de Cambados, donde limitan las orillas de esta amplia Ria gallega.


Por encima de los altos eucaliptos, con breves destellos, comenzaba a brillar un tímido sol, desgarrando poquito a poco la perlada densidad de la mañana.

El agua se curó prontamente de los leves rasguños causados por las afiladas proas de las navecillas y el rítmico hender de las agudas palas de los remos en su fluida y brillante tersura, con tonos de mercurio y plata.

El descenso de la marea puso al descubierto los reglamentados límites y cotas para los mariscadores; que asemejaban esa frontera inmediata, y esperanzadamente previsible, hasta la cual nos atrevemos a depositar nuestra confiado vivir.

Más allá, al otro lado del estuario, entre persistentes velos, dudas y sombras, flotaban vapores de humedad sobre las casas de piedra granítica, orilladas y silentes, arropando los intuidos perfiles de algunos barquichuelos perezosos.

Mi mente, siempre más vagabunda que mi cuerpo, continuó rumiando los nostálgicos versos del caduco poeta y emperador, escritos especulativamente mientras trataba de indagar lo que le podría depararle el destino, más allá de la opaca y nebulosa perspectiva de su propio rio vital.

Rimbaud