jueves, 19 de noviembre de 2009

TRECE DE NOVIEMBRE, Y SIN TARJETA.

Una balada intenta exaltar el sentimiento.
Ya se conoce lo que se suele decir en este caso;
cualquier censor puede pensar salirme al paso
confundiendo lo que siento y lo que intento.

Me podrían recriminar el estar mintiendo
si tratara de escribir un triste cantar,
procurando mostrar pesaroso penar,
negándole la palabra amor al pensamiento.

Se dice que trovar es arrinconar el temor.
Entonamos para procurar evitar el miedo,
y creo que generamos un extraño remedo
conque ahuyentar lo que nos causa pavor.

Al que guste oficiar como espontáneo trovador
no es diferente del que, al abrigo de las cañas,
trata de ocultarse con inextricables artimañas,
encubriendo las astucias de su instinto cazador.

Empleamos, como arma de seducción, la poesía
y buscamos en la profundidad de nuestra mente,
vocablos que expresan la petición más ardiente,
cuando, a decir verdad, nuestra demanda es fría.

No es el afecto lo que nos mueve, ciertamente,
sino el egoísmo de conseguir lo que pretendemos.
Y creo que es el miedo a perder lo que queremos
lo que nos hace fingir con un verso lo evidente.

Llevamos por dentro a un don Juan impenitente,
que contabiliza a sus amores por conquistas.
Y, pensando que las mujeres son muy listas,
raro es que concedan sus favores graciosamente.

Algo hay de retorcido en este seductor proceso,
cuando, de siempre, ha sido difícil la batalla
por una hembra, para alcanzar esa medalla
de consentir nuestro afecto, aceptando un beso.

Es más fácil imitar al grajo que al ruiseñor,
por lo tanto, fingimos sentir desconsuelo
mirando apesadumbrados al santo suelo
mientras inventamos falsos gestos de dolor.

Es recurso del vate, en este luchar avezado,
recurrir al sabido e histriónico procedimiento
de fingir dolor, anhelo o, tal vez sufrimiento,
como un actor en la gestualidad entrenado.

En las cuestiones pasionales hay que perder
el miedo a prescindir de falaces ilusiones,
sujetando la imaginación con mil razones
que nos aclaren bien lo que vamos a obtener.

Todo lo que diga quien sea, debe ser filtrado
con el sentido común y la razón muy clara.
Si, dejando al corazón, alguien nos deseara,
le sobrarían incontables vocablos al recitado.

Porque ¿qué pudiera motivarnos a suponer
la verdad de gimotear así, como remedio?
En el anhelar que ostentan, hay por medio
muchos otros deseos que debemos de saber.

¡Qué fortuna en palabras la que se dilapida
cuando se quiere obviar lo usual utilizado,
para declararle tus ternezas al ser amado
evitando la que es de natural la convenida!

Pero, resulta curioso que resolvamos el tema.
Difícil conquistar al sexo opuesto en lo venal,
encubriéndole nuestro claro instinto animal
con el ilusorio recurso de componer un poema.

¡Oíd! Aquí, visto desde el umbral de lo vivido,
mirando hacia atrás con despaciosa serenidad
no distingo el pasado de la presunta eternidad
haciendo balance de lo proyectado y obtenido.

He llenado mi vida de dichos que hoy declino,
midiendo en mi memoria aquello ambicionado
tratando de evitar reiterarme en lo tan usado,
para reflejar, del simulado sentir, el desatino.

Sin recurrir a un censor, soy yo mi propio juez
mientras releo y paso al papel tantas locuras
que, en su día, arreglé, con alguna donosura
pensando que se hicieran realidad alguna vez.

Esto escrito no es más que un acumulado rimero.
Por mucho que manifestara una razonable ansia,
empleando más que la capacidad, mi constancia,
a estas alturas de mi ser, prudentemente espero.

Tanto inventarme la expresión más convincente,
para motivar en el espíritu complejas emociones;
si al aunar del ritmo tenaz de nuestros corazones,
entendí que sus latidos nos unirían para siempre.

No voy a teatralizar esto con un: ¡por ti me muero!
La vida no está en mis manos, eso ya lo asumo.
Deseo que aceptes lo que aquí y hoy te resumo:
las palabras que, al verte, pronuncié: ¡Te quiero!

Rimb