martes, 5 de junio de 2007

CON LOS BRAZOS EN CRUZ



Con los brazos en abierta cruz
respiro el último aire de la noche.
Hace rato que me llama el silencio,
tocando mi hombro agudamente,
como las uñas de un pájaro furtivo.

Frente a mí, luce un foco intenso.
Como en un interrogatorio policial,
¿qué estas haciendo? - me digo.
Mientras, a través de ligeras cortinas,
se filtra la clara e intensa luminaria.

Y no sé que puedo contestarme;
enfrente ya no tengo casi nada:
esa única luz que me deslumbra
y puedo musitar unas palabras:
un posible adiós, o un hasta pronto.

¿Qué puedo hacer con la vida?
Siempre he creído que era mía,
y veo que se me va gastando
como la tierna cera de una vela.
fundida por el calor del tiempo.

He llegado a esta edad algo lejana
donde avisto una borrosa frontera:
el panorama de otra parte de la costa,
al lado de un mar que parecía eterno,
y que he sentido el temor de cruzar.

Al que he temido desde siempre,
aunque me esperaba ahí, paciente,
a que tomara los remos de mi barca,
empujándola a flotar sobre el agua
para tomar el rumbo de las estrellas.

No tengo más recurso que navegar
en ese líquido mar de desencuentros,
donde cada ola es un obstáculo a salvar
esforzado, estando obligado a arribar
a la lejana orilla desolada de la nada.

Estos días he pensado mucho en mi muerte
¿Cómo será? ¿Cómo vendrá? ¿Con qué dolor?
Y me ha suscitado un gesto de indiferencia.
Cuando resuene el bronce de la campana,
ya nada habrá que hacer, y estaré dispuesto.

Hacerse mayor es concebir la evidencia
de un hecho que nos llega con la vida.
Puedo leer en el interior de mi conciencia
que cada ser vivo es un previsto muerto,
desde que le toca la aventura de nacer.

Entretanto, me queda algo que cumplir:
aprovechar la ruda fuerza de mis manos;
continuar en esta labor de esfuerzo vano
para generar, al menos, alguna cosa bella,
que salvar de la voracidad de los gusanos.

Sé que todo suena a demasiado triste;
pero la melancolía me está atacando
hundiendo en mi pecho su agudo sable.
Y es que llevo, estos días, sumergido
en una profunda tristeza insondable.

¿Qué haré con el resto de mi vida?
Hoy me siento un tanto miserable.
He decidido que debo trabajar más,
y llenar mis días con lo mejor hecho,
ya que alcanzar gloria es improbable.

Así, cuando deba, entregaré el pecho
vacío de todo lo que haya generado
y nadie podrá devorar lo ya creado
porque ha salido de mi ser, ya hecho
forjado material, labrado con trabajo.

Lo dejaré en mi testamento emocional,
a mi mujer, hijos, y a mis hermanos
para que recorran, con dedos cariñosos,
las pinceladas que estuvieron trazando
despacio, los ágiles toques de mi mano.

Ese será mi mensaje y legado póstumo:
algunos versos que tengo por aquí,
abandonados sin orden ni concierto;
como estos que escribo a quien quiero
como si siempre lo hubiera deseado.

No deseo ni puedo abrir ahora los ojos,
así que no sé cómo será mi ortografía,
porque escribo al tacto sutil del ensueño.
Creo que ya mi alma no tiene otro dueño
que la inútil desesperanza de esperar.

La puerta de hierro, comienza a cerrarse
con su lento abatir de madera y hierro.
Al fin y al cabo, vivimos en un encierro;
una jaula de pájaros con muchas cosas;
un cofre de recuerdos vitales disecados.

La mente es un secreto rincón privado;
archivo gigante de memorias anidadas.
Un almacén discreto, repleto de objetos,
que ansiamos, obsesivos, conservarlos,
como entierra su hueso cualquier perro.

En un pensar y un existir, desorbitados,
por no saber qué decir en la última hora
en que aceptemos irnos, sin mirar atrás,
admitimos que los objetos sean reunidos
con los que otros dejarán abandonados.

Se esfumarán voces de ajena compañía.
el último autobús, el taxi que iba vacío,
al que paramos para volver a refugiarnos.
El semáforo verde, que aguardábamos
a que nos diera el paso hacia la vida.

Por no saber qué decir, a última hora
en que debamos dejar sin mirar atrás
todo esto que nos ha llenado cada día:
Creo que mi alma no tiene ya otro sueño
que la inútil esperanza de no esperarle.

De todo lo que permite que existamos,
algo habrá, no imagino donde ni cuando,
o a lo que podamos acogernos algún día.
El portal de la vida, acabará por cerrarse
bruscamente, a golpe de madera y hierro.

Pero no poseo la virtud confiada de la fe
ni he regado la otra flor de la esperanza.
Es que tengo el alma yerma de cosechas.
No me punzan el corazón los dolores
remordientes de tener otros amores.

Cómo se puede vivir sometido en porfía
con la tibia creencia de cualquier utopía.
Lo que me inculcaron en el lejano pasado
en este momento no tiene la menos valía,
es un lastre en mi carel que no compensa.

Solo me reitero en un simple pensamiento:
Si no recuerdo nada antes de mi nacimiento,
¿porqué creer que, después, habrá otro día?
De un vacío de consciencia provenimos,
y a un estado de inconsciencia llegaremos.

Cuenta el hoy, y el ahora, este fugaz momento
y siento no tener ganas de escribir con alegría;
pero estoy tratando de no acabar ahogándome
en el oscuro y agitado mar de esta melancolía.
Lo siento, lo siento, de verdad. Lo siento tanto...

Rimbaud

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mmmmm hacia dias que no entraba al blogs...

Gracias por compartir estas vivencias tan importantes para tí. Vívelas y tambien disfrútalas, porque seguro que llegarán otras, pero no serán iguales...
Tú sabes que la melancolía dará paso a la alegria y verás iluminar tu camino con la luz de las estrellas...
Golpe a golpe... muxu a muxu, no te rindas.
E.